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Gracias, ya no tomo

No puede matarte también
un beso de la primavera?
-Pablo Neruda

Sentada en un sillón rojo ve despistadamente a toda la gente que tiene alrededor, demasiada para su gusto. ¡Oh imberbes!, que les gusta beber, fumar, oír música a volumen en el que no es posible hacer otra cosa, y probablemente intentar hablar de banalidades, banalidades que ni se escuchan por ese maldito escándalo, banalidades que a ella no le importan.

 ¿Quién la había convencido de salir? De venir a una fiesta, probablemente alguna de sus amistades había logrado que diera el brazo a torcer, estaban tan preocupadas por ella. Según ellos  estaba a un paso de convertirse en ermitaña; que necesitaba salir le decían, ver otras caras, conocer gente nueva. ¿A quién se le ocurren esas estupideces?, olvidar el pasado, como si fuera tan fácil, ¿O eso último era ella quien lo decía?

 Alguien le ofrece cerveza cuando, de repente,  entre esos cuerpos, que no significan nada para ella,  algo llama su atención, un escalofrío le recorre el cuerpo, es él.  Alto, tal vez demasiado alto, delgado pero la medida justa para sus brazos y serio como un ataque cardiaco... “¡Iugh!” dice una voz en su cabeza; odia ese efecto que él tenía en ella, ¿por qué siempre la hacía pensar cursilerías?, ¿por qué la hace sentir como a una adolescente sin cabeza?

 Siente que el espacio se cierra en ella, sólo puede verlo a él como dentro de un túnel, después de tantos meses sin verlo, no lo puede manejar. Se levanta de su sillón rumbo a cualquier lugar, no sabe ni donde está, menos a donde ir.

 Entonces no sabe cómo, pero están de frente. Se miran a los ojos, tanto tiempo ha pasado. Intentan hablar, con frases enlatadas: Hola, ¿como estás?, bien, ¿cómo va la vida? Pero ella siente un nudo quizá en la garganta, tal vez en el estómago, las piernas le flaquean; todos sus conocimientos de anatomía no valen nada, es como si él la convirtiera en una masa indefinida y no sabe donde quedan sus partes. No entiende cómo otro ser humano cualquiera tenga tanto poder sobre ella.

 De repente le teme a esos sentimientos, le da miedo que él se dé cuenta de ellos, su corazón late tan fuerte que está segura él es capaz de verlo sobre su blusa; simplemente se mueve hacia otra dirección sin decir más, no le salen las palabras. Él parece quedar plantado en su sitio. 

 Sin embargo, a los pocos pasos de recriminarse ser tan débil y estúpida, siente una mano sobre la suya. Una mano que la hace voltear y quedar atrapada contra la pared, la pared que junto a esos brazos, que se han movido hasta cerca de sus hombros, constituyen una cárcel, donde podría quedarse el resto de la vida.

 ¡Ay Dios!, otra vez con la cursilería, dice la voz en su cabeza, como de otro mundo le llegan risas y oye a Miguel Bosé … “nadie como tú me sabe hacer café”. Se percata que él está mirando sus ojos, sólo existe esa mirada y él sonríe como  si hubiera oído sus pensamientos, ella devuelve la sonrisa, riéndose de sí misma un poco avergonzada. Luego de unos segundos él la besa, siente el sabor a él expandirse por toda su boca y de alguna forma sigue entendiéndose por todo su cuerpo, “¿será posible probar con todo el cuerpo.?”, se ríe de su ocurrencia; él aprovecha para besarle el cuello y morderle dulcemente la oreja. Siente un abrazo fuerte, todo el cuerpo de él la aprisiona contra la pared por algunos segundos, suficientes como para que una llama desconocida se encienda en su abdomen.

 Ella cierra los ojos y se aferra a su cuello, no quiere despertar. No tiene idea de qué está pasando, pero no quiere que se acabe.

 Casi no siente el pasar del tiempo, sin pausa han encontrado un lugar más callado, como un rincón abandonado de su cabeza. Él reinicia la exploración de la blancura de su piel, esta vez con más ansias. La busca bajo su blusa, tocando sus senos, que se acurrucan en sus manos, parecen agradecidos y a la vez reclaman haber estado separados de ellas tanto tiempo. Ella le quita la camisa y con su dedo juguetón le recorre el torso, admirando cada milímetro. Es tan raro, es un torso como cualquier otro, pero ella siente como si le hubieran dado la llave para jugar en los jardines colgantes de Babilonia.

 Entonces sus ocurrencias llegan a su fin, su cerebro se apaga, ya no piensa, sólo siente. Siente como ya no les queda ropa, el sabor expansivo llega hasta su interior y sirve de combustible para la llama en su abdomen, le ocurren una serie de transformaciones que no puede explicar, se cree masa para galletas, puño de confeti en un avenidazo, un charco de agua en verano, flores de corteza en el viento, mariposa que se cree medusa marina... se siente como una represa vieja. 

 Pero un ruido infernal le hace retumbar sus oídos, el calor se vuelve un dolor puntiagudo que le atraviesa el cuerpo y la hace encogerse, logra escuchar la voz extraña, ¿Quién le ha gritado? Sacude la cabeza, ¿Qué le han dicho? ¿Que si quiere cerveza? Intenta enfocar los ojos, está sentada en un sillón rojo, hay mucha bulla a su alredor y muchas caras que no reconoce, particularmente no encuentra entre los asistentes la única cara que le interesa. 

 Otra vez le pregutan: ¿Cerveza? Ella levanta la vista y sintiendo como el hoyo negro dentro de sí se hace más grande, y contesta: “No, gracias, ya no tomo”.

P.S: es la segunda tarea del taller literario, era escribir un cuento con el tema del erotismo.

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